"Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás." Juan 6:35

viernes, 17 de diciembre de 2010

“Purifícame, Señor”

He aquí te he purificado, y no como á plata;

te he escogido en horno de aflicción.

Isaías 48.10


Era un hermoso domingo por la mañana. En esta mañana, cierta hermana joven (a la cual llamaremos Ana) sentía la necesidad de ser refinada. Ella le llevo la petición a su Padre celestial diciendo: “Señor, purifícame”. En esta misma mañana, la familia de Ana llevó un galón de leche – en una jarra de vidrio – a la iglesia para dárselo a una de las otras familias. Durante el culto, mantendrían la leche en el refrigerador. Mientras iba cruzando por uno de los pasillos del auditorio principal, ella sufrió un accidente. ¡Paf! ¡Pum! Se rompió el vidrio y la leche se derramó. Rápidamente, un hermano la asistió con un trapeador y una hermana trajo algunas toallas. Los otros hermanos colaboraron con la limpieza e, en poco, limpiaron la suciedad, aliviando grandemente el desaliento de la pobre hermana Ana.

Poco después, Ana compartió como Dios había contestado su petición. Esta experiencia tan desagradable fue la manera que Dios usó para humillarla y, a la vez, refinar su corazón. La actitud de Ana ante esa bendición tan desagradable no sólo la ayudó a purificar su corazón sino que también fue una bendición para otros. La gente nos está observando. Que nuestra actitud ante las bendiciones desagradables bendiga sus corazones mientras permitimos que dichas bendiciones desagradables purifiquen nuestros corazones.

-John Dale Yoder,

Belvidere, TN

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Cada quien hará aquí en esta vida

una piedra de tropiezo o una pasadera.

-R.L. Sharp


[Del Libro: Junto a Aguas de Reposo]